Oct. 22, 1998: soc.culture.cuba, soc.culture.latin-america, soc.culture.spain. Oct. 23, 1998: Informacion News Agency, New Jersey. Oct. 23, 1998: La Otra Cuba, México
Cuba: rescatando del olvido
a San Antonio María Claret
Por Gonzalo Guimaraens
En el siglo XIX Cuba se vio honrada durante más de un lustro con la presencia de un Santo admirable, un varón de Dios que produjo en la isla una milagrosa resurrección espiritual. Sin embargo, su recuerdo ha sido cubierto con un manto de olvido. Sí, San Antonio María Claret, Arzobispo de Cuba entre 1851 y comienzos de 1857, se halla prácticamente desterrado de nuestra memoria y de nuestros corazones.
La Iglesia celebra su fiesta el 24 de octubre, día del fallecimiento de ese "hombre todo de Dios", según exclamara Pio IX después de conocerlo. Nacido en 1807 en la provincia de Barcelona, España, Antonio María se hará sacerdote y, poco después, misionero, recibiendo de la Santa Sede en 1841 el título de "misionero apostólico". En julio de 1849 funda la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y en agosto del mismo año el Papa lo nombra Arzobispo de Santiago de Cuba, cuando aún no ha cumplido 42 años de edad.
El 18 de febrero de 1851, el Santo entra solemnemente en la ciudad de Santiago de Cuba, colocando su actividad pastoral bajo la protección de la Virgen de la Caridad del Cobre, de quien fue entusiasta devoto. Encuentra la Archidiócesis aquejada por gravísimos problemas religiosos, morales, sociales y políticos. El 24 de noviembre de 1851, poco después de recorrer por primera vez su vasta Archidiócesis, escribe al Obispo de Vich, Cataluña, una carta en la que retrata ese lamentable cuadro de abandono espiritual y material: "Me lleno de indignación al presenciar el criminal abandono en que el Gobierno español tiene al clero de este Arzobispado".
En los seis años y dos meses que vivió en Cuba, el Santo se dedicó infatigablemente a la reforma del clero; a reconstruir el seminario, al cual hacía 30 años que no ingresaba un seminarista; a la creación de nuevas Parroquias; a fundar cajas de ahorro "para utilidad y morigeración de los pobres"; y a misionar a los fieles de la vasta Archidiócesis, la cual recorrió íntegramente cuatro veces, siempre a pie o a lomo de mula. Como un ejemplo de su actividad apostólica incansable, baste mencionar que administró el Sacramento de la Confirmación a nada menos que trescientos mil cubanos, correspondientes a Ħun tercio de la población de la isla en ese entonces!
Pero, comenta el Santo, "a la verdad el demonio no podía mirar con indiferencia la multitud de almas que cada día se convertían al Señor", por lo cual los enemigos de la Religión desencadenaron numerosas persecuciones y calumnias en su contra. Ya en sus tiempos de misionero, él había expresado su disposición de nunca dejar de cumplir el deber apostólico de la predicación, "aunque me esperasen en la escalera del púlpito con el puñal en la mano". Y es un puñal que estará a su acecho y lo herirá gravemente en la ciudad de Holguín, el 1o. de febrero de 1856, víspera de la Purificación de la Santísima Virgen María.
El pronto restablecimiento del Santo sorprendió a sus médicos y a cuantos lo rodeaban. Pero las cicatrices lo acompañaron para siempre. En las sesiones del Concilio Vaticano I, San Antonio María Claret evocará aquel episodio, repitiendo las palabras de San Pablo: "Llevo en mi cuerpo las cicatrices de Cristo". Durante el resto de su estancia en Cuba, la estima y veneración del pueblo hacia su Arzobispo no hizo sino crecer. Pero el odio de una minoría contra el Santo se multiplicó, reflejándose en panfletos anónimos, insidias, amenazas y nuevos intentos para asesinarle.
San Antonio María Claret no cejó en su apostolado, pese a las amenazas crecientes contra su vida. El Santo tenía claro en su espíritu el deber del Pastor que, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, ha de estar preparado a dar la vida por sus ovejas: "Un Obispo debe estar dispuesto a una de estas tres cosas: a ser envenenado, procesado o condenado. Si cumple con sus obligaciones, los hombres lo envenenan o procesan, como procesaron a los Apóstoles y a Jesucristo. Y si no los cumpliere, Dios lo condenará, como lo ha amenazado en las Sagradas Escrituras".
En sus "Apuntes de un plan para el régimen de la Diócesis" escribió él palabras que no pueden dejar de impresionar: "La predicación ha sido siempre considerada como la principal obligación de los Obispos... ĦAy de los Obispos que descuidaran esta esencial obligación, que serán tratados como perros mudos que no han sabido ladrar! ĦAy de ellos!".
El 22 febrero de 1857 embarca para Madrid pues ha sido nombrado por el Papa confesor de la Reina, siendo despedido por una gigantesca y emocionada multitud que llena el puerto de Santiago.
Mientras el vapor que lo transporta suelta amarras, San Antonio María Claret dirige una mirada hacia su querida isla. Y, al ver con luz profética la destrucción de la guerra que se aproxima, así como la sangre que correrá por campos y ciudades, recuerda el vaticinio de Nuestro Señor Jesucristo al llorar sobre Jerusalén: "ĦDías vendrán sobre tí en que tus enemigos te cercarán y te oprimirán! Y te lanzarán por tierra y derribarán a tus hijos, y no quedará piedra sobre piedra. Y todo porque no conociste el tiempo de la visitación..."
No podría dejar de mencionarse en este artículo la revelación que San Antonio María obtuvo del propio Nuestro Señor Jesucristo acerca de los terribles castigos que se abatirían sobre la humanidad. Entre ellos, el Santo menciona explícitamente en su Autobiografía al comunismo, que continúa hasta hoy devastando a Cuba.
La Divina Providencia permitió que San Antonio María Claret se alejara físicamente de nosotros. Permitió incluso que muchos nos olvidáramos de él. Pero el Santo jamás se olvidó de su rebaño cubano. Como constata el historiador J.M. Cuenca, después de su fecunda y sacrificada estadía en la isla "la situación de las Antillas figuró siempre a la cabeza de sus preocupaciones".
Para la liberación de la Patria cubana, y para su reconstrucción espiritual, moral y material, hará falta la inspiración, el temple, el espíritu de sacrificio, la dedicación apostólica, la fe en Nuestro Señor Jesucristo y en la Virgen de la Caridad que animaron a San Antonio María Claret. No en vano advierte él en su Autobiografía: "Las sociedades están desfallecidas y hambrientas desde que no reciben el pan cotidiano de la palabra de Dios. Todo propósito de salvación será estéril si no se restaura en toda su plenitud la gran palabra católica".
Rescatemos, pues, del olvido a San Antonio María Claret. Pidamos su intercesión celestial para que se abrevien los días de amargura, lágrimas, fraude y sangre en que está sumida nuestra querida Cuba.
Gonzalo Guimaraens es analista político, experto en asuntos cubanos.
E-mail: cubdest@cubdest.org
P. Mariano Aguilar, "Vida Admirable del Siervo de Dios P. Antonio María Claret", Tomo I, Madrid, 1894; P. Juan Echevarría, "Recuerdos del B. Antonio María Claret", Madrid, 1944; Mons. Eduardo Boza, "Voz en el Destierro", Miami, 1976; "San Antonio María Claret-Escritos Autobiográficos", BAC, Madrid, 2a. ed., 1981.