Agencia Destaque Internacional - Informes de Coyuntura - Año XII - No. 289 - Madrid, San José de Costa Rica - Santiago de Chile, 06 de enero de 2010 - Se permite la publicación y redistribución por cualquier medio escrito, oral o electrónico, citando al autor: Armando F. Valladares. No es necesario citar a Destaque Internacional. Responsable de Destaque Internacional: Javier González.
Benedicto XVI: ¿"beatificación" del internacionalismo castrista?
Si Cuba comunista continúa siendo una "vergüenza de nuestro tiempo", ¿cómo interpretar, en ese contexto, la reciente alocución papal al nuevo embajador cubano? Si, por el contrario, Cuba hubiese dejado de ser esa "vergüenza", ¿cuáles serían las altísimas razones que habrían inspirado tal viraje interpretativo de 180 grados respecto de un régimen comunista?
Por Armando F. Valladares
1.
El discurso de Benedicto XVI de recepción de las cartas credenciales del nuevo embajador de Cuba comunista, Eduardo Delgado Bermúdez (cf. "Le lettere credenziali dell'Ambasciatore di Cuba presso la Santa Sede", Oficina de Prensa de la Santa Sede, Diciembre 10, 2009, con texto completo de la alocución, en idioma español http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24790.php?index=24790&lang=sp), fue poco divulgado por la prensa y prácticamente no recibió comentarios.2.
No obstante, la referida alocución merece la máxima atención porque muestra una faceta hasta ahora poco realzada del pontificado de Benedicto XVI, considerado por muchos como conservador; porque constituye una reafirmación de la incomprensible política de distensión de la diplomacia vaticana con relación al régimen cubano desde los primeros años de la sangrienta revolución, diplomacia que no puede haber dejado de tener un papel y una responsabilidad fundamentales en la redacción de esta alocución; y porque las palabras del Pontífice podrán tener consecuencias serias, no solamente para el futuro de Cuba comunista, sino para el de América Latina, en la medida en que de una u otra manera beneficien al "eje del mal" chavista-castrista-evista-correísta-orteguista.3.
El Santo Padre, después de referirse con deferencia al dictador Raúl Castro, realza el "decidido protagonismo" que Cuba comunista continuaría teniendo en el "contexto político" de América Latina. En ese sentido, en el texto leído por el Pontífice se elogia que el régimen cubano "sigue ofreciendo a numerosos países su colaboración", con una actitud que favorecería e impulsaría "la cooperación y la solidaridad internacionales". Según parece interpretar el Pontífice, esa cooperación y solidaridad internacionales serían desinteresadas, leales y sinceras al punto de que no estarían supeditadas "a más intereses que la ayuda misma a las poblaciones necesitadas".4.
Sin embargo, con el máximo respeto debido a la benevolencia papal, tal como se verificará a continuación, la interpretación de un alegado desinterés cubano se ve desmentida flagrantemente por la propia definición de "internacionalismo" incluida en la Constitución de ese país, una definición que por cierto no es nada desinteresada y no se reduce a una simple intención de "ayudar" a los "necesitados".Ya en su Preámbulo, la Constitución de Cuba deja claro su sentido intrínsecamente maléfico cuando define al "internacionalismo proletario" como la matriz inspiradora de las numerosas aventuras revolucionarias impulsadas en tantos países de América Latina y África, calificadas de "heroicas" por la misma Constitución pero que, en realidad, como se sabe, fueron y continúan siendo sinónimo de sangre, revoluciones y más miseria para los necesitados.
Para no dejar dudas, la Constitución comunista, en su artículo 12, retoma y "hace suyos" los "principios internacionalistas" ensalzados en el Preámbulo, dejando claro que ellos van de la mano, sin separación posible, con los "principios antiimperialistas" (numeral 2), o sea, revolucionarios. Y llega en el mismo artículo a justificar no solamente la "legitimidad" de "resistencia armada" sino que también asume el "deber internacionalista" (numeral 4) de solidarizarse con esos movimientos revolucionarios, algo que Cuba comunista ha cumplido al pie de la letra, de la manera más cruel posible.
5.
En descargo de lo anterior, podría argumentarse que la alocución pronunciada por Benedicto XVI se refiere específicamente a dos "áreas vitales", definidas en dicho discurso, respectivamente, como la "alfabetización" y la "salud". En realidad, lo anterior difícilmente constituiría un descargo sino, más bien, una circunstancia agravante. En efecto, tal como han demostrado numerosos estudios académicos, y como la propia Constitución cubana lo reconoce, la educación y la salud, esos tan mentados y publicitados supuestos "logros" del comunismo cubano, han sido dos tenazas satánicas de control psicológico, mental y social de jóvenes y adultos, durante cinco largas décadas de revolución castrista. Por ello, internacionalizar esas tenazas psicológicas, como lo está haciendo el régimen en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros países del "eje del mal" latinoamericano, es de suma gravedad.Si hubiera alguna duda al respecto, el artículo 39 de la actual Constitución la disipa: el Estado comunista "fomenta y promueve la educación" exclusivamente en función del "ideario marxista", con el implacable objetivo de "promover" la "formación comunista de las nuevas generaciones" (numerales 1 y 3), en realidad, una suprema deformación espiritual y moral.
¿Cuál sería entonces la esencia de ese "protagonismo" cubano aludido en el discurso de Benedicto XVI? ¿La paz, el bien y la prosperidad cristiana? ¿O el caos, la subversión y todas las demás formas de neorrevolución anticatólica inspiradas e impulsadas desde Cuba? ¿Cómo entender el destaque papal a ese "protagonismo", en un contexto explícitamente elogioso, casi se diría de "beatificación" del internacionalismo cubano?
6.
Pero las dolorosas sorpresas del discurso papal no son solamente esas. A continuación, pareciera que el Pontífice trata de atenuar la verdadera causa de la situación de extrema miseria de Cuba comunista, diluyéndola en la "grave crisis internacional", los "devastadores efectos" de los "desastres naturales" y el denominado "embargo económico" estadounidense. Al mismo tiempo, omite la causa profunda de la miseria cubana, que es un sistema económico que aplica un implacable "embargo interno" contra la población a través de la abolición de la propiedad privada y la asfixia de la libre iniciativa.7.
Respecto de los "signos concretos" de "apertura al ejercicio de la libertad religiosa" que el Pontífice destaca como aspectos favorables de la situación de los católicos cubanos, me permito recordar el nefasto artículo 62 de la Constitución, que constituye un implacable "torniquete" jurídico-penal contra todas las "libertades", inclusive y principalmente la "libertad religiosa", que cínicamente ofrece a los desdichados habitantes de la isla-cárcel. Ese artículo literalmente constituye una amenaza: "Ninguna de las libertades" reconocidas a los cubanos podrá ser ejercida "ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo", advirtiendo que "la infracción de este principio es punible". En Cuba del dicho al hecho nunca ha habido mucho trecho. Esa "punición" se ha hecho realidad contra centenas y millares de opositores que han sido asesinados en el "paredón" o que han pasado por las mazmorras del régimen; contra tantos otros presos políticos que permanecen en ellas; contra las Damas de Blanco, que son madres, esposas y hermanas de prisioneros políticos, humilladas y apaleadas en las calles de La Habana; e inclusive recientemente contra jóvenes blogueros de la isla.8.
El 6 de agosto de 1984, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, en su "Instrucción sobre algunos aspectos de la 'teología de la liberación'", diagnosticaba de manera clara y categórica, como si estuviera describiendo la realidad cubana de hoy: "Millones de nuestros contemporáneos aspiran legítimamente a recuperar las libertades fundamentales de las que han sido privados por regímenes totalitarios y ateos que se han apoderado del poder por caminos revolucionarios y violentos, precisamente en nombre de la liberación del pueblo. No se puede ignorar esta vergüenza de nuestro tiempo: pretendiendo aportar la libertad se mantiene a naciones enteras en condiciones de esclavitud indignas del hombre". Y concluía el actual Pontífice de manera estremecedora: "Quienes se vuelven cómplices de semejantes esclavitudes, tal vez inconscientemente, traicionan a los pobres que intentan servir".Hoy, 26 años después de haber inspirado, dictado y firmado ese brillante análisis, la pregunta que se coloca es si en la mente del entonces prefecto de tan alta Congregación romana y actual Pontífice, Cuba comunista continúa siendo, o no, una "vergüenza de nuestro tiempo". Si Cuba continúa siéndolo, ¿cómo comprender, en ese contexto, las afirmaciones arriba consignadas de la reciente alocución papal al nuevo embajador cubano? Si, por el contrario, Cuba comunista hubiese dejado de ser una "vergüenza de nuestro tiempo", ¿cuáles serían las altísimas razones que habrían inspirado un tal viraje interpretativo de 180 grados respecto de aspectos intrínsecos a ese régimen?
9.
Podrían comentarse otros aspectos no menos importantes del discurso papal, que, lamentablemente, no son menos dolorosos. Esos comentarios, invariablemente respetuosos, podrán ser efectuados en otra oportunidad, si las circunstancias así lo exigen.10.
Consigno finalmente el estremecimiento que me causó la alusión a las relaciones "nunca interrumpidas" entre la Santa Sede y el régimen cubano. Se fueron sucediendo en mi memoria, como en un trágico film, episodios de décadas de política de distensión del Vaticano con Cuba comunista, con la peregrinación de tantos altos prelados, cardenales y secretarios de Estado, incluyendo el actual, varios de los cuales llegaron a hacer rasgados elogios al tirano Fidel Castro y a supuestos "logros" del régimen; así como tantos lances de colaboración comuno-católica, encabezados por el actual cardenal de La Habana, monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino. También, evocando ese período de relaciones "nunca interrumpidas", resonaron en mis oídos, como si fuera hoy, los gritos de jóvenes mártires católicos, fusilados en el "paredón" de la siniestra La Cabaña, que morían proclamando "¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!" Y recordé el episodio de los tres jóvenes hermanos García Marín, que en diciembre de 1980 buscaron asilo en la Nunciatura de La Habana, siendo posteriormente retirados de allí con promesas de libertad y de seguridad individual, por personas que ingresaron vestidas con ropas eclesiásticas, en el propio automóvil de la Nunciatura. En realidad, no eran eclesiásticos y sí agentes de la policía política cubana que los arrancaron de la Nunciatura mediante engaño, para ser salvajemente torturados y finalmente fusilados. Narro ese episodio en mis Memorias y, hasta hoy, no he sido desmentido (cf. A. Valladares, "Contra toda esperanza", Plaza & Janés, Barcelona, 1985, cap. 48, pág. 416).11.
Ya lo he expresado en anteriores artículos sobre la política de distensión del Vaticano con el régimen cubano, y lo reitero con especial énfasis en este respetuoso y angustiado análisis: en cuanto católico, en cuanto cubano y en cuanto ex preso político me duele enormemente efectuar este tipo de públicas consideraciones, que hago como un descargo ineludible de mi conciencia, con toda la veneración debida a la Cátedra de Pedro. Ello produce un dolor y dilaceración quizá mayores que las peores torturas físicas que recibí durante 22 años en las mazmorras cubanas, porque el sufrimiento espiritual es más profundo inclusive que el físico.Armando Valladares, escritor, pintor y poeta. Pasó 22 años en las cárceles políticas de Cuba. Fue embajador de los Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU bajo las administraciones Reagan y Bush. Recibio la Medalla Presidencial del Ciudadano y el Superior Award del Departamento de Estado. Recientemente le fue otorgado en Roma el Premio Internacional de Periodismo ISCHIA y, en Tegucigalpa, la Orden José Cecilio del Valle, en el grado de Comendador, la más alta distinción que otorga Honduras a un extranjero.