Enero 15, 2005: Diario Las Américas, Miami
Juan Pablo II, Cuba y un dilema de conciencia
El reconocimiento que acaba de hacer el Pontífice a diversos aspectos de la revolución comunista coloca a los católicos cubanos en una encrucijada espiritual sin precedentes
por Armando F. Valladares
El 8 de enero pp., al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de Cuba ante la Santa Sede, S.S. Juan Pablo II pronunció un discurso en el cual efectúa un reconocimiento a varios aspectos medulares de la revolución cubana. El Pontífice subraya el "empeño de las autoridades cubanas" por "mantener y desarrollar" las "metas conseguidas con esfuerzo" en el plano de la "atención sanitaria", de la "instrucción en sus diversos niveles" y de la "cultura en sus diferentes expresiones". Y añade que, "asegurando estas condiciones", Cuba pone nada menos que algunos "pilares del edificio de la paz", en la cual es posible disfrutar de la "promoción humana integral", incluyendo el "crecimiento armónico del cuerpo y del espíritu" (item 2).
El elogio no podía ser mayor. No obstante, para los cubanos que sienten en su propia carne la obra destructora de la revolución comunista en su Patria, esa consideración papal resulta difícil, si no imposible, de justificar, aún considerada bajo el aspecto de las fórmulas de cortesía diplomáticas. ¿Cómo de un árbol malo pueden nacer frutos buenos? (cfr. S. Mateo 7, 18) Salud, educación y cultura, al contrario de constituir logros, vienen siendo usados desde el comienzo de la revolución como instrumentos de adoctrinamiento comunista y de control mental, psicológico e incluso religioso de la población. Médicos y profesores son entrenados para cumplir con ese trabajo de carceleros de las conciencias. Ha sido esa, y no otra, la meta de la dictadura que desde hace 46 años lleva a cabo un implacable embargo interno contra el pueblo cubano, lo contrario de una meta de paz o de crecimiento armónico de la personalidad.
El reconocimiento de Juan Pablo II se extiende a lo que califica como "espíritu de solidaridad" cubana, que se manifestaría en el "envío de personal y recursos materiales" a otros pueblos por ocasión de "calamidades naturales, conflictos o pobreza" (item 3).
Sin embargo, lamentablemente, ha sido éste el terreno propio del internacionalismo comunista, que colocó a Cuba en el triste papel de exportador de conflictos en América Latina y Africa, suscitando guerrillas que contribuyeron a provocar sangrientas calamidades peores que las de la naturaleza y a hundir pueblos en la miseria. Para Cuba, el modelo de anti-misionero internacionalista es el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara, quien llegó a afirmar que el "odio" es el motor capaz transformar al revolucionario en "una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar". Por ello, la alusión papal al "espíritu de solidaridad" no puede dejar de producir consternación.
En los párrafos siguientes, de una manera comedida, Juan Pablo II insinúa su desazón ante la ausencia de un ambiente de "genuina libertad religiosa" para los trabajos de la Iglesia cubana, un requisito propio de "toda sociedad pluralista". No obstante, creyendo que es posible superar "divergencias" y hasta "cualquier diferencia" entre "quienes comparten la fe y quienes no la profesan" (o sea, no únicamente, pero principalmente, entre católicos y comunistas), sugiere el camino de un "diálogo constructivo y amplio" (itens 3, 4 y 5).
En realidad, en casi 50 años de revolución, entre quienes no profesan la fe, notoriamente, los máximos dirigentes del Partido Comunista de Cuba (PCC), se ha visto un empeño científicamente estudiado para diezmar y asfixiar a los católicos cubanos, siguiendo la satánica consigna de crear apóstatas y no mártires, lanzada en la Universidad de La Habana por el propio Fidel Castro. El implícito lamento papal confirma que la situación de asfixia de los católicos no cambió, a pesar de haber transcurrido casi 7 años del histórico viaje del Pontífice a Cuba (21 al 25-1-1998), que tantas esperanzas levantó dentro y fuera de la isla-cárcel. En esas condiciones, no se ve cómo llevar adelante, en la actual coyuntura cubana, un diálogo constructivo con quienes continúan con su política anti-religiosa, encarcelando personas por el mero hecho de discordar, y sin dar la menor señal de rectificación.
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Sobre el texto oficial en español de la alocución papal, publicado en el sitio web de la Santa Sede, podría añadir otras interrogaciones que a un hijo de la Iglesia, sumamente respetuoso del Papado, producen dolor y hasta desgarran el alma. Preferí, por ello, limitarme a comentar lo indispensable. De cualquier manera, a los católicos cubanos que se oponen al comunismo por ser "intrínsecamente perverso", siguiendo el magisterio tradicional de la Iglesia, esta alocución papal los coloca en una encrucijada espiritual sin precedentes en la historia de nuestra Patria.
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No es la primera vez que me veo en la obligación de conciencia de publicar comentarios, invariablemente filiales, sobre las relaciones diplomáticas de altas figuras de la Iglesia con el Estado comunista. Comentarios efectuados por el imperativo de conciencia de un fiel católico, cubano y preso político durante 22 años, que tuvo su fe vivificada al oír los gritos de jóvenes mártires católicos que murieron en el "paredón" de la siniestra cárcel de La Cabaña proclamando "¡Viva Cristo Rey!", "¡Abajo el comunismo!"
Me remito aquí a algunos de esos textos respecto de tan doloroso tema. En ellos se constata una enigmática continuidad de la política de mano extendida de las más altas figuras de la Iglesia hacia el tirano del Caribe, que se remonta a la época en que monseñor Agostino Casaroli, entonces secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, llegó a afirmar en visita a Cuba que los católicos de la isla eran felices: "Fraudulenta 'política religiosa' del dictador Castro", 16-11-1996 (día de la llegada del dictador Castro a Roma); "Con el comunismo cubano, un 'diálogo franco' imposible", 4-03-1998; "Sí, el régimen comunista persiguió y persigue a los católicos cubanos", 9-08-1998 (en vísperas del viaje papal a Cuba); "ONU: representante vaticano favorece dictadura castrista", 26-10-2000; "El pedido de perdón que no hubo: la colaboración eclesiástica con el comunismo", 22-03-2000; "Cardenal Sodano y Fidel Castro: el Pastor sale en auxilio del lobo", 11-05-2003; y "El drama cubano y el silencio vaticano", 25-04-2003, publicados en el DIARIO LAS AMÉRICAS, de Miami, en las fechas indicadas.
Armando Valladares, ex preso político cubano durante 22 años, fue embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra (administraciones Reagan y Bush).
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