Dic. 29, 2003: Actualidad Brasileña, Rio de Janeiro. Enero 12, 2004: CubDest website.
El pequeño Lucas: un ejemplo para Brasil y las Américas
Dio su último suspiro teniendo firmemente en sus manos un Niño Jesús y una Medalla Milagrosa, y partió a celebrar su primera Navidad en el Cielo
Lucas da Rocha Silva nació en São Paulo, en el barrio industrial de Itaquera, al este de la ciudad, el 28 de noviembre de 1994. Fue creciendo normalmente, como todos los niños de su edad, hasta que en la madrugada del 1o. de noviembre de 2000, cuando estaba por cumplir 6 años, se despertó con fuertes dolores en la tibia de su piernita izquierda. Comenzaba Lucas a transitar por un doloroso e inesperado "via crucis" que la Providencia, en sus misteriosos designios, le había reservado, y que él aceptaría de manera ejemplar hasta su fallecimiento, el 15 de diciembre de 2003.
Un examen de rayos-x reveló una fractura en el lugar del dolor, por lo cual los médicos le enyesaron su pierna por un mes. Pero el dolor iba aumentando. El pequeño tomaba entonces su Rosario, diciendo que rezaría Ave Marías "hasta que el dolor pase". Conseguía así quedar dormido; pero, al día siguiente, su drama recomenzaba.
En marzo del 2001, una biopsia hecha en el Hospital Santa Marcelina indicó la existencia de un tumor en la tibia. Pasó a ser atendido en el Instituto de Oncología Pediátrica del Hospital São Paulo, donde fue sometido poco después a un implante de hueso, para intentar detener el avance del tumor. Pero éste se expandió hacia la rodilla y, después, hacia el fémur, obligando a los médicos a efectuar otras dos cirugías, la última de las cuales, en abril de 2003, le amputó la piernita izquierda.
El pequeño Lucas fue aceptando todos esos sufrimientos con admirable espíritu cristiano, como venido de la voluntad de Dios, sin jamás dejarse abatir ni reclamar por los dolores o por su infortunio. De esto son testigos su padre, Carlos Alberto Gil da Silva, 39; su madre, Maria Aparecida da Rocha Silva, 36; su hermano Klayton, 14; su mejor amiguito, Luisito; sus familiares; médicos; profesores; coleguitas; vecinos y todos cuantos lo conocieron.
Desde la primera operación, precisó levantarse tres veces por semana a las 5.30 hs. de la madrugada, para ir al Hospital a ser examinado por su médica y someterse a sesiones de quimioterapia y radioterapia, así como efectuar diversos exámenes. Allí, mientras aguardaba para ser atendido, solía estimular con su conversación alegre y animada, y participando en juegos, a otros niños y niñas con enfermedades similares que, cuán comprensiblemente, se encontraban abatidos y tristes. Aún con su piernita amputada, él encontró una manera de continuar a jugar a la pelota y andar en bicicleta. A veces, cuando la consulta se atrasaba y el reloj estaba cerca del mediodía, iba hasta el consultorio de su médica y le decía: "Por favor, tía, llámeme cuanto antes, porque preciso ir a la escuela". Su sentido del deber lo impulsó a ir a la escuela hasta el final, donde siempre obtuvo notas superiores a 8, de un máximo de 10.
El esfuerzo de sus médicos y las sucesivas operaciones no impidieron que, a partir de abril de 2003, el implacable tumor se expandiese por su debilitado organismo, pasando del fémur a los pulmones, y de allí al maxilar y al cuello; todo lo cual fue multiplicando sus sufrimientos, porque pasó a sentir dificultades para hablar, alimentarse y aún respirar.
El 3 de septiembre de 2003, mientras Lucas aguardaba para efectuar uno de los interminables exámenes y tratamientos, un alma caritativa le dio de regalo una Medalla de Nuestra Señora de las Gracias, la Medalla Milagrosa, que el niño pasó a usar continuamente, con piedad sincera, hasta los últimos instantes de su breve vida terrena, que ya se aproximaban. También recibió un librito con la historia de la Virgen de Fátima y de los tres pastorcitos videntes, con lo cual se enteró que uno de ellos, Jacinta, había fallecido siendo aún una niñita. Todas las noches, el pequeño Lucas le pedía a su madre que le leyera algunas páginas de ese librito; después, rezaba la Oración al Ángel de la Guarda y se quedaba dormido.
Tres semanas antes de la Navidad, Lucas recibió también de regalo un pequeño Niño Jesús, que recibió con devoción y alegría, diciendo serenamente a sus padres que él pasaría la próxima Navidad en el Cielo junto con su abuelo paterno, que había fallecido hacía pocos meses. De hecho, su organismo ya no aguantaba más las sesiones de quimioterapia y radioterapia, que fueron suspendidas en noviembre de 2003. Entonces, sus padres decidieron convocar a todos los familiares y amigos a la Iglesia de Don Bosco, cerca de su hogar, para anunciarles que a partir de ese momento su hijo estaba enteramente en las manos de Dios y de la Virgen. El niño, cerca del altar, oyó toda la explicación con un semblante al mismo tiempo sereno, decidido y resignado; y con la misma cristiana serenidad y resignación que tuvo desde el comienzo de su enfermedad, sin jamás reclamar contra su situación o por sus enormes dolores.
En la noche del 13 de diciembre, los problemas respiratorios de Lucas se agravaron, debiendo ser internado de urgencia al Instituto de Oncología Pediátrica. En su hogar, en su mesita de trabajo, él dejaba en perfecto orden estampitas de María Auxiliadora, Don Bosco, Santa Madre Paulina e Beato Fray Galvão, Santa Rita de Casia, San Benedicto, San Expedito y la Novena de Nuestra Señora de las Gracias, su devoción preferida.
Sólo llevó al Hospital, como sus más valiosos tesoros, la Medalla Milagrosa y el pequeño Niño Jesús. El domingo 14 de diciembre, recibió la Extremaunción de manos de su Párroco. Al día siguiente, de mañana, cada vez con mayores dificultades para respirar, entró en agonía. Siempre conservando la lucidez, continuaba apretando fuertemente, con sus manos, la Medalla Milagrosa y el Niño Jesús. Percibiendo que las fuerzas lo abandonaban, consiguió susurrar con dificultad: "Mamá, ayúdame a sostener al Niño Jesús..." Poco después, daba su último suspiro.
El Niño Jesús, sin duda, retribuyó el afecto de esta alma inocente, llevándolo con Él para pasar su primera Navidad en el Cielo.
Para Dios no existen los héroes anónimos; más aún, Él muchas veces nos da la posibilidad de conocer sus vidas para nuestra propia edificación y para ayudarnos, con sus ejemplos, a enfrentar las enormes dificultades cotidianas. Por su fe, el pequeño Lucas fue un héroe, a pesar de tener sólo 9 años. Pero también lo fue por la entera aceptación del misterioso y luminoso camino del dolor que la Providencia le preparó, el de seguir los pasos del Divino Maestro. El pequeño Lucas es, en este sentido, un gran ejemplo para Brasil e, inclusive, para las Américas.
Gonzalo Guimaraens es periodista.