Dic. 13, 2003: agencia Ámbito Iberoamericano, Editorial
Venezuela: profanaciones, cubanización y compartimientos estancos
La saña de las profanaciones ocurridas en la plaza de Altamira - respecto de las cuales se ha hecho silencio casi absoluto fuera de Venezuela- hace recordar la furia antirreligiosa de las grandes revoluciones de la Historia
El 6 de diciembre pp., la plaza de Altamira, en Caracas -símbolo de la oposición pacífica al gobierno procastrista de Chávez y palco de dos sangrientas masacres de opositores en abril y diciembre de 2002- fue escenario de profanaciones contra dos imágenes de la Virgen María, con una saña en la cual no faltaron crudas notas de perversión moral y sexual. Es lo que narra la periodista venezolana Eleonora Bruzual, en artículo-denuncia cuyo texto completo ponemos a disposición de nuestros lectores.
Mientras numerosos caraqueños estaban reunidos en la plaza Altamira, recordando a sus mártires y rezando por ellos, centenas de militantes prochavistas irrumpieron en el lugar armados con objetos contundentes, usando boinas rojas y vistiendo ropas con fotos del "Che" Guevara, pasando a agredir a los presentes. Acto seguido, se ensañaron con dos imágenes de la Virgen María, que se encuentran en la plaza para la veneración de los caraqueños.
"A la Virgen de la Rosa Mística la pusieron en el suelo y, en un ritual espeluznante, entre bailes, risas macabras y violencia sin fin, uno de los diablos esgrimió un palo y de un solo golpe decapitó a la Virgen, ante el júbilo enfermo de uno de los delincuentes", narra Bruzual, quien añade que la segunda estatua, de la Virgen Milagrosa, "fue bajada de su pedestal, fue bailada en una especie de rito escalofriante, para terminar pintándole círculos rojos en la sien y en la espalda", siendo objeto de actos de aberraciones sexuales y morales inenarrables (cfr. Eleonora Bruzual, "Satanás se complace", El Nuevo Herald, Dic. 13, 2003).
El vicepresidente de Venezuela, José Vicente Rangel, negando todas las evidencias, comentó cínicamente que "están hablando que hubo destrozos, eso es completamente falso, a lo mejor lo hicieron ellos mismos después"; añadiendo que pasó posteriormente por la plaza Altamira y que "para mí fue muy satisfactorio que ese santuario de la derecha, ese coto vedado, desapareciera".
Pocos días después, ocurrieron otros atentados de carácter antirreligioso, como el incendio de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, en la ciudad de Los Teques, y la destrucción de cinco estatuillas de la Virgen María, en Cardón.
El presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), monseñor Baltazar Porras, refiriéndose a los hechos de Altamira, y el obispo de Paraguaná, monseñor José María Leonardi, comentando las profanaciones de Cardón, estimaron que el móvil fue político, y no fruto de vándalos o delincuentes comunes.
Esa saña anticatólica, en particular, la presenciada en los hechos casi indescriptibles de la plaza de Altamira, hace recordar la furia antirreligiosa en momentos previos y durante grandes revoluciones de la Historia, como la francesa de 1789, la rusa de 1917, las persecuciones de comienzos del siglo XX en México, las crueldades comunistas durante la guerra civil española de 1936, la revolución cubana de 1959, etc.
Llama la atención el silencio noticioso casi absoluto, en el exterior, a ese respecto; inclusive, en medios católicos. Estos y otros graves acontecimientos en Venezuela, como el proceso de cubanización en curso en dicho país, parecen estar siendo protegidos por compartimientos estancos de carácter (des)informativo y psicológico. Se trata, entonces, como una cuestión de supervivencia, de perforar esos compartimientos estancos, abriendo vasos comunicantes que muestren al mundo la dramática realidad de la hermana Venezuela.
AI031213