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Cardenal Korec, "ostpolitik" y Cuba
Por Gonzalo Guimaraens
El lanzamiento en Roma de las memorias del fallecido cardenal Agostino Casaroli ("Il martirio della pazienza", Einaudi Editore), quien fuera secretario de Estado de la Santa Sede e impulsor de la llamada "ostpolitik" vaticana, hizo revivir polémicas en torno de este delicado tema de la aproximación diplomática y diálogo con los regímenes comunistas. Una de las voces más críticas que se ha levantado es la del cardenal eslovaco Ján Korec, de 76 años, nombrado cardenal en 1991 y uno de los más importantes testimonios vivos de la "ostpolitik" en Checoeslovaquia.
En extensa entrevista al periódico "Il Giornale", el purpurado acaba de calificarla como una "catástrofe" para la Iglesia de ese país pues "liquidó" con la actividad de los católicos que resistían al comunismo a cambio de "promesas vagas e inciertas de los comunistas". Del lado comunista todo no pasó de una "farsa", la cual "continúa hoy en China, Corea del Norte, Cuba, Vietnam", añade el cardenal Korec.
Nacido en 1924 el seno de una humilde familia, Ján Korec fue ordenado clandestinamente sacerdote en 1950, con 26 años de edad. Al año siguiente fue ordenado obispo, también de manera clandestina, en una situación de emergencia para la Iglesia eslovaca pues su obispo había sido descubierto por la policía política y precisaba salir del país. Monseñor Korec pasó así la mayor parte de su vida como prelado clandestino. Estuvo preso entre 1960 y 1968 junto con 200 sacerdotes, período en el cual tuvieron que padecer "toda clase de tormentos", viviendo en condiciones infrahumanas "entre ladrones y asesinos": "El odio del comunismo ateo nos humillaba de todas las maneras posibles, de la mañana a la noche, mes tras mes, año tras año", recuerda.
Hoy, la opinión del cardenal Korec sobre los efectos de la "ostpolitik" -la cual se intensificó a partir de 1963 con misiones de emisarios vaticanos a los países de detrás de la Cortina de Hierro- no podía ser más severa: "En nuestro país fue peligrosísimo el hecho de haber sido puesto sobre la mesa aquello que teníamos de mejor, o sea, la llamada Iglesia clandestina. Yo mismo recibí la prohibición de ordenar sacerdotes secretamente. Para nosotros fue realmente una catástrofe, casi como si nos hubiesen abandonado y despedido". En esa situación creada, que causó al joven Pastor "el dolor más grande" de su vida, los comunistas "pasaron a tener en sus manos la pastoral pública de la Iglesia", la cual quedó "condenada a encerrarse en los lugares de culto y, en seguida, a desaparecer". El control del régimen era férreo y asfixiante. Por ejemplo, si la policía política detectaba que un párroco católico estaba dedicándose a formar algún candidato al sacerdocio, inmediatamente "le era retirado el placet estatal, sin el cual ningún sacerdote podía ejercer como tal".
"Nuestra esperanza era la Iglesia clandestina", integrada por una legión de fieles "que habían ofrecido todo y que estaban dispuestos a terminar en la cárcel" en defensa de la fe, añade el cardenal Korec; pero la "ostpolitik" "liquidó nuestras actividades a cambio de promesas vagas e inciertas de los comunistas". A la Iglesia clandestina checoeslovaca que resistía al comunismo literalmente "le cortaron las venas" , lamenta el purpurado.
El cardenal Korec añade detalles sobre otro doloroso lance de la "ostpolitik" ocurrido en Checoeslovaquia, en 1973, por ocasión del nombramiento de 4 nuevos obispos conocidos por sus actitudes colaboracionistas con el régimen: "El problema era que mientras los comunistas sabían perfectamente quiénes eran estas personas, los negociadores vaticanos o no lo sabían o, si lo sabían, al parecer no le daban gran importancia. En ambos casos, estamos frente a una actitud imperdonable. Uno de los obispos escogidos era públicamente conocido como un hombre del régimen, incapaz de defender a la Iglesia y a los fieles de la brutalidad del ateísmo. Otros dos obispos se encontraban a tal punto en las garras del régimen y de la policía política que no estaban en condiciones de ejercer ninguna oposición, y ni siquiera la habrían considerado justa o necesaria. De tal manera estaban ellos ‘secuestrados’ por el régimen, que dejaban que los ateos corrigiesen sus cartas pastorales y las circulares destinadas a los sacerdotes".
Preguntado sobre el papel de la "ostpolitik" vaticana en la caída del comunismo, el cardenal Korec piensa que hubo muchos motivos para ese derrumbe. En el caso concreto de su país, atribuye el principal y decisivo papel a "la fidelidad y el coraje de los sacerdotes y de los fieles", mientras que la "ostpolitik" "tal vez haya influido un uno por ciento". Finalmente, sobre la alegada eficacia de dicha política para lograr la libertad de las naciones comunistas, el Cardenal Korec pregunta: "¿Por qué entonces China continúa siendo la misma China, Vietnam continúa el mismo Vietnam y Cuba, sobre todo, sigue la misma Cuba? Para no hablar de Corea del Norte..."
Resulta conmovedor este énfasis del anciano cardenal en la situación de la isla-cárcel. Y no es para menos, pues no son pocas las analogías que podrían trazarse entre la Checoeslovaquia de ayer y la Cuba de hoy tanto en el plano eclesiástico cuanto en el de los fieles católicos, que continúan asfixiados y hostilizados a diario como lo reconocen despachos de los últimos meses, desde La Habana, de las agencias eclesiásticas Fides y ACI.
Recordemos finalmente que Cuba no estuvo ajena a la "ostpolitik" impulsada por el cardenal Agostino Casaroli, cuyas memorias recién publicadas dieron pie a los comentarios del cardenal Korec. En efecto, en 1974, monseñor Casaroli, entonces secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Santa Sede, viajó a la isla-cárcel y las agencias de noticias llegaron a atribuirle palabras desconcertantes: "Los católicos que viven en la isla son felices dentro del sistema socialista, y son respetados en sus creencias, como cualquier otro ciudadano".
En la ocasión, a ese propósito y en relación a la "ostpolitik" vaticana que entonces cobraba impulso, el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, presidente del Consejo Nacional de la TFP brasileña, emitió una declaración que fue publicada en importantes diarios de Occidente. Reafirmando su incondicional obediencia a la Iglesia y al Papado en los términos estipulados por el derecho canónico, ese eminente pensador manifestaba el derecho y el deber de todo fiel católico de resistir a dicha orientación diplomática del Vaticano, en la medida en que ésta discrepase de la línea tradicionalmente adoptada por la Iglesia con respecto al comunismo (cfr. R. de Mattei, "Il Crocciato del seculo XX", Piemme, Italia, 1996).
Gonzalo Guimaraens es analista político, experto en asuntos cubanos.
E-mail: cubdest@cubdest.org http://www.cubdest.org